Las espigadoras #4
Llamé provisoriamente al tema de hoy futuros perdidos y aunque en general me está costando ser optimista creo que, al menos por un rato, lo voy a dejar como una interrogación.
¡Hola amigas! ¿Cómo están?
Demoré bastante en sentarme a cerrar esta entrega, pero después de lo que fueron estos días me pareció necesario al menos bajar algunas ideas, compartir algunas referencias para poder pensar el presente sin ser abrumades por la inminencia de los hechos. Hay algo de la dinámica de la inmediatez que desmoviliza un montón, y se potencia mucho con las redes sociales. Esa sensación de que cada nueva noticia horrible nos toma el ánimo y nos marca la agenda. Naomi Klein analiza su emergencia en el documental La doctrina del shock (el libro está buenísimo también, pero pueden arrancar por la peli, si es que no la vieron): desorientarnos, apabullarnos, individualizarnos, usarnos de laboratorio, atacar por tantos frentes que no podamos enfocar de dónde salen, a qué apuntan, cómo defendernos.
Leer investigaciones históricas y teoría social, aunque hablen de cosas densas, nos permite corrernos de esa marcada de agenda permanente, poner en perspectiva un poco lo terrible de nuestro presente, hacernos preguntas distintas, reconectarnos con ideas y acontecimientos de otros tiempos o latitudes que nos den nuevas pistas. Como Tamara Tenembaum en este artículo, pienso que “los textos pueden ser interpretados, y por eso tienen la posibilidad de orientarse hacia el futuro en tanto que algo más que la reproducción del pasado”. Terminé escribiendo algo un poco más largo que otras veces, con más reflexión que recomendaciones, aunque mucho para explorar y debatir. Llamé provisoriamente al tema de hoy futuros perdidos y aunque en general me está costando ser optimista creo que, al menos por un rato, lo voy a dejar como una interrogación.
El fin de las promesas
Con Jula y Dani estamos trabajando en un proyecto sobre una mujer que se fue a estudiar y vivió diez años en la Unión Soviética. Desde entonces, la caída de la URSS viene siendo mi imperio romano (si no saben de qué hablo, googleen el gate de twitter). Sobre todo, en relación al colapso de una forma de entender el mundo, con sus costumbres, gestualidades, y el efecto subjetivo en tantas personas. Más allá de las explicaciones más lineales y evidentes, ¿qué movimiento silencioso venía ocurriendo en la sociedad para que se llegara a ese punto? ¿Qué ideas, imágenes, conceptos, se empezaban a colar en el imaginario, disputando el sentido común? Me devuelve la pregunta hacia nuestro presente en Argentina, ¿qué se nos escapó? ¿Cómo no la vimos?
Justo hace algunas semanas volví a ver de casualidad, después de más de quince años, Good Bye Lenin. La película cuenta la historia de un pibe joven en la Alemania Oriental para quien la caída del Muro de Berlín coincide con que su madre está en coma. Al despertar ella, su hijo se esfuerza por hacerle creer que nada cambió, por miedo al shock que el cambio pudiera tener sobre ella.
En medio de estas preguntas apareció en mi camino una reciente traducción con un GRAN título: Todo era para siempre hasta que dejó de existir, de Alexei Yurchak. El autor rastrea que en los ochenta hay un boom de nuevas lecturas y discursos que preparan el terreno para que eso que no se imaginaba posible sucediera. Encuentra conceptos que aparecen más tarde para explicar el pasado con el diario del lunes, dicotomías que por algún motivo permearon, que dejan de lado la agencia del sujeto soviético, ya que están des-situadas (acá cita la idea de conocimiento situado de Haraway, a quien voy a volver en un ratito), entonces postulan como contradictorias definiciones que corresponden a otro marco conceptual.
El libro retoma, por ejemplo, cómo la gente en los sesenta y setenta participaba en Rusia de las fiestas y desfiles por el primero de mayo o el aniversario de la revolución. Participaban, sí, veían la liturgia, pero ¿realmente prestaban atención al contenido? ¿Estar ahí significaba creer en todo lo que esos simbolismos representaban? Sus preguntas buscan desarmar un binarismo simplificado presente en muchos análisis, que postulan la contradicción entre la postura “pública” (careta) y la “privada” (real). En cambio, propone pensar cómo las personas viviendo en ese sistema se vinculaban, interpretaban y creaban la realidad, considerando los discursos y formas de conocimiento circulantes, no como esferas divididas, sino como procesos que nunca son posibles de comprender por adelantado, que son producidos y reinterpretados activamente.
Para comprender ese fenómeno en el que la sociedad soviética mantenía y aceptaba el funcionamiento de la sociedad hasta superar la dicotomía de si era real falso o real, Yurchak trae el concepto de hipernormalización. Años después, el documentalista inglés Adam Curtis usa el concepto para nombrar este documental donde retoma esa misma idea de profecía autocumplida pero para pensar en el mundo capitalista neoliberal, a partir de la década del setenta. Lo había visto el año pasado pero a raíz del libro lo volví a ver, es bastante denso, pero tremendo.
¿Futuros perdidos?
El libro de Yurchak retoma, por ejemplo, el diario y las memorias de un mismo autor, producidos el primero durante el período de Brezhnev (sesentas) y el segundo en la década del noventa, con tonos muy distintos. Es diferente el lenguaje y la forma de evaluar la vida diaria del socialismo soviético y, claro, las críticas solo emergen en retrospectiva. Esto me lleva a pensar en cómo releemos períodos de nuestra historia argentina, y por ejemplo el coletazo antiprogre que trajo (a) este gobierno, a ambos lados de la grieta.
En esta gran conversación con Pedro Rosemblat en la semana de la memoria, Javier Trímboli propone pensar en las militancias de los sesenta y setenta en Argentina, en la generación diezmada, que buscaba construir otro mundo, tenía un horizonte de transformación. Es clave, dice, observar qué nos acerca y qué nos aleja de esa generación, en un tiempo en que estamos tan a la defensiva, en el que la imaginación de futuro parece obturada. Trímboli dice que lo mejor que tuvieron los gobiernos de Perón y de Néstor y Cristina fue su anudamiento al presente (“mejor que prometer es realizar…”), y que el problema aparece cuando, pasadas las principales transformaciones, quedar atades a ese presente nos quita la posibilidad de imaginar futuro (sabemos lo que queremos defender, no lo que queremos conquistar). Aprovecho para recomendar todo el ciclo de charlas Mundo peronista, junto con Julia Rosemberg.
Abandonar la esperanza
Hasta acá venía medio nostálgica de tiempos más optimistas, más esperanzados. Pero este artículo de Mark Fisher, recuperado por Tomás Aguerre en esta gran entrega de su newsletter, me llevó para otro lado: la condición de la esperanza es la pasividad, ellxs confiaban en que un mundo mejor era posible y que dependía de lo que hicieran, entonces tenían que actuar.
Que la esperanza es un sentimiento parecido al miedo: afectos pasivos que surgen de nuestra incapacidad de actuar. La política de la esperanza es pasiva y de lo que se trata es de hacer: “No necesitamos esperanza; lo que necesitamos es confianza en la capacidad de actuar”. (...) Actuar con la confianza con la que lo hacen los gabinetes neoliberales, que tienen la ventaja de que esa confianza “les viene de la leche materna”. Es de clase: actúan sabiendo que el sistema los ha elegido como los actores legítimos de la posesión del poder.
Fisher escribió este texto en 2015, después de que el Partido Laborista perdiera una elección, en favor de los tories (conservadores). Entonces, advierte que en realidad la elección se perdió mucho antes. Igual que Trímboli, Fisher trae el problema de la desconexión más amplia que explica la derrota, y la pregunta sobre el para qué ganar. Vuelvo al principio: qué sentidos se fueron modificando, qué límites se fueron corriendo, qué discursos empezaron a habilitarse y qué narrativas comenzaron a primar para llegar adonde estamos.
“El realismo capitalista, sostiene, no se trata de gente identificada positivamente con el neoliberalismo sino de su naturalización. Su despolitización. Y el discurso conservador sintoniza mejor con eso. Concluye: dada esa variable, la debilidad de la propuesta propia, la maquinaria mediática en contra y el fracaso en ofrecer un relato adecuado de la crisis bancaria es sorprendente que la victoria no haya sido aún peor.”
Pienso que el gran acontecimiento en el caso de Argentina fue el atentado a Cristina y lo que se desencadenó a partir de eso: la complicidad de la entonces oposición, el silencio, el antiperonismo a flor de piel, la falta de justicia, la magnificación de las voces violentas, los discursos de odio, la manipulación mediática. Tomás retoma a Fisher y parece que habla de nuestro país:
“Los votantes tories no son necesariamente indiferentes al sufrimiento de los pobres, a las situaciones adversas en que se encuentran los más vulnerables; la mayoría simplemente acepta (¿por qué no habría de hacerlo?) la historia que nos cuenta el realismo capitalista de que “no hay más dinero” y de que debemos tomar “decisiones difíciles”. Sin dudas, esta aceptación es de algún modo interesada: depende de que los que sufren permanezcan fuera de su vista o de su visión periférica.”
Importa qué pensamientos construyen pensamientos
El Realismo Capitalista que describe Fisher en su libro homónimo se complementa con la definición de hipernormalización. Es un librazo para leer, releer y discutir. Hace unos meses estamos leyendo con mi querido grupo de lectura y fuente de las mejores reflexiones, Deseo Poscapitalista, el libro que reúne las últimas clases de Fisher: el desgrabado de su último curso, interrumpido por su muerte.
Conformamos este grupo hace cinco años, con la ilusión de que leer juntas podía enriquecernos mucho. Desde entonces, compartimos muchísimas lecturas, pero siempre más que eso: es un espacio en el que nos hacemos preguntas por el presente y el futuro, le damos vueltas ñoñas a consumos aparentemente triviales o vueltas íntimas y muy personales a conceptos complejos y aparentemente indigeribles. Construimos una manera compartida de pensar con otras e hicimos mil cosas que no puedo resumir en unas líneas.
Una lectura clave fue Seguir con el problema, de Donna Haraway. Haraway es una autora feminista interesantísima, aunque puede resultar complejo entrar en su universo. En este libro, critica la visión tradicional que coloca a los humanos en el centro, separándolos del resto de las especies. Explica que esta mirada es la base de la explotación desenfrenada del planeta. Propone el término "Chthuluceno" para describir la era actual, marcada por la interconexión entre humanos y no humanos en un planeta herido. En este contexto, ella apuesta por prácticas de "hacer-con" (en lugar de "haceres-para"), enfatizando la colaboración y la co-creación entre especies. Esta perspectiva nos hace correr el registro completamente, corrernos de la idea de progreso unidireccional. Habla de parentescos raros, de conexiones tentaculares.
Creo que es todo valioso porque nos permite corrernos del “ganar” y “perder” en términos de la política tradicional, vencer al poder con otro poder, el progreso de la historia como algo lineal, acumulativo, aditivo, binario, que en este contexto nos resulta tan sofocante y parece imposible. Como recupera Fisher de Jameson: imaginar una alternativa. Su mirada feminista, justamente, corre el foco hacia otro lugar, hacia la transformación local, el reconocimiento de les otres. Su propuesta no es ganarle al sistema, o lograr la revolución en un sentido androcéntrico.
Haraway pone en perspectiva el tiempo y las formas de construir conocimiento científico “universal”. Retoma su concepto de conocimiento situado, que genera objetividad a partir de explicitar desde dónde y en diálogo con qué teorías y autorxs se aborda el conocimiento, que siempre es político y cuya supuesta neutralidad y universalidad esconde relaciones de poder. Descentrar lo humano, desuniversalizar, desesencializar, romper con las categorías fijas y binarias, reconectar con lo local y reconocer otras formas de narrar.
En este último punto se pregunta: ¿qué historias cuentan historias? Para eso, retoma la ciencia ficción y el feminismo especulativo, como formas de pensar el presente y el futuro, como un juego que permite imaginar futuros posibles, conexiones posibles.
No voy a expandirme mucho en la ciencia ficción feminista porque es un tema que me fascina y al que probablemente le dedique alguna otra entrega, pero sí pueden investigar las recomendaciones que trae ella en este documental precioso: Donna Haraway: Cuentos para la supervivencia terrenal.
Cerrando esta entrega pienso que es obvio que mi pensamiento tentacular me haya llevado a terminar con Haraway y nuestro grupo de lectura. Porque sobre todo creo que importa mucho pensar, discutir y hacer-con otres, para desarmar lo avasallante de la narrativa del progreso, los binarismos simplificados y el individualismo meritocrático, y poder ejercitar esa imaginación que nos reconecte para imaginar otros futuros para los que sí podamos actuar.
Con esto me despido hasta la próxima entrega, que no puedo prometer que sea menos intensa.
¡Gracias por leer!